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Foto del escritorJuan

APROXIMACIÓN A LA MEDITACIÓN





En casi todas las escuelas del budismo, la meta última sólo puede alcanzarse mediante el cultivo de la sabiduría (pali pañnã, sánsc. prajiã), que ve las cosas directamente, «como son realmente». Aunque esta sabiduría puede iniciarse por la reflexión basada en las enseñanzas de las escrituras y de maestros espirituales vivos, para que madure plenamente debe alimentarse mediante el «desarrollo» meditativo (bhavana) del Camino.


En los lugares en los que la práctica del budismo ha sido vigorosa, los meditadores no sólo han sido monjes, monjas y lamas casados, sino también los laicos más comprometidos. Las prácticas devocionales que llevan a cabo la mayoría de las personas laicas también tienen aspectos meditativos. En Occidente, una proporción relativamente alta de los interesados por el budismo practican la meditación.


Toda meditación se realiza bajo la dirección de un maestro de meditación; en la tradición theravada se le conoce como el «buen amigo» (kalyâna-mitta). El Buda consideraba que tener semejante maestro era el factor externo más poderoso para ayudar a purificar el corazón (A. I.14), y «la totalidad de la vida

santa» (en lugar de ser sólo la mitad de ella, S. V.2). La meditación requiere una orientación personalizada, porque se trata de una habilidad delicada que no puede transmitirse adecuadamente mediante las enseñanzas escritas estandarizadas. El maestro llega a conocer a su alumno o alumna, le guía a través de las dificultades a medida que surgen, y le protege contra el uso inadecuado de los poderosos medios de cambio personal que proporciona la meditación. A cambio, el alumno debe aplicarse con esmero en la práctica y mantener una actitud abierta frente a las propuestas de profundización por parte del maestro.


Aprender a meditar es una habilidad muy parecida a la de aprender a tocar un instrumento musical: se trata de aprender a «afinar» y «tocar» la mente, y la manera de conseguirlo es la práctica constante y paciente. La persona no progresará si es demasiado indisciplinada, pero tampoco puede forzarse. Por esta razón, la práctica de la meditación también es como la jardinería: uno no puede forzar a las plantas a que crezcan, pero sí que puede proporcionarles asiduamente las condiciones correctas, para que se desarrollen de forma natural.


En la meditación, las «condiciones correctas» son la aplicación apropiada de la mente y de la técnica específica que se esté utilizando. La mayoría de las meditaciones se hacen con las piernas cruzadas en la postura de medio loto o de loto completo, en posición sentada sobre un cojín

si es necesario, con las manos juntas sobre el regazo, y la espalda recta, pero no rígida. Una vez que la persona se ha acostumbrado, esta postura se vuelve estable, y puede utilizarse como una buena base para calmar la mente. El cuerpo en sí permanece quieto, con las extremidades dobladas hacia adentro, a la par que se está enfocando la atención. Los efectos generales de la meditación son un incremento progresivo de la serenidad y de la atención. La persona se vuelve más paciente, y más capaz de enfrentarse a los altibajos de la vida, con la mente más despejada, y más enérgica. Se vuelve más abierta en su trato con los demás, tiene más confianza en sí misma y es más capaz de ser firme. En ocasiones, estos efectos están bastante bien establecidos después de unos nueve meses de práctica, empezando con cinco minutos diarios y progresando hasta alcanzar los cuarenta minutos diarios. Los efectos a largo plazo son más profundos, y se indican más adelante.


Para desarrollar una buena base para la meditación, se recomienda realizar ciertas consideraciones. En la tradición del norte, éstas se empiezan ponderando cuidadosamente, y en este orden, la rareza y oportunidad que supone haber alcanzado un «precioso renacimiento humano»; la incertidumbre sobre el momento en que la vida llegará a su fin; la certeza de que se desencadenará un renacimiento adecuado al karma; la constatación de que el sufrimiento se encuentra en cada reino de renacimiento; que este sufrimiento sólo puede transcenderse alcanzando nirvana; y finalmente la afirmación de que se necesita un guía espiritual para conducir a la persona en este camino. Este método genera la motivación en el nivel de práctica sravakayana, puesto que trata sobre las necesidades de uno mismo. Seguidamente se hacen reflexiones sobre las necesidades de los demás, para desarrollar la motivación mahayâna.


Esto se consigue perfeccionando las cuatro meditaciones «inconmensurables», empezando con la ecuanimidad, y pasando entonces al amor, la compasión y la dicha compasiva. Aquí, el meditador cultiva la bondad reflexionando sobre el gran amor que le brindó su madre, pasando después a considerar que todos los seres cumplieron el papel de madres suyas en alguna de sus muchas vidas pasadas. Posteriormente desarrolla la compasión mediante la visualización de una persona o animal que sufre, y la reflexión sobre la experiencia de sufrimientos semejantes por la que pasaron sus «madres». Así surge la aspiración de conducir a todos los seres lejos del sufrimiento: la «gran compasión» (mahà-kannà). Reflexionar constantemente sobre todo lo anterior conduce al surgimiento del bodhi-citta, bajo la forma del anhelo de afanarse en alcanzar la budeidad solamente en el momento en que la tarea de salvar a los otros se haya cumplido. Todas las prácticas mahâyana presuponen esta motivación bodhisattva.


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La imagen es del talentosísimo Daniel Espinoza, sígue aquí su trabajo: https://www.behance.net/danielesteban95


Texto: ”El budismo”; Harvey, Peter.

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